Lee la historia
El maestro de ceremonias vestía pantalones negros, camisa blanca y moño rojo. “¡Damas y caballeros!” Caminaba de un lado a otro en una superficie encerrada por cuerdas, como un ring de boxeo, que rodeaba a dos altares de piedra; en lo alto de cada uno había una pila de maderas secas y trozos de un toro que había sido cortado delante de la multitud que observaba. Parecía una mezcla de competencia de “El hombre más fuerte del mundo” y una parrilla, todo al mismo tiempo.
“En este rincón,” gritó el hombre, “vistiendo ropas tejidas a mano, ¡el profeta Elías!”
Algunos aplausos amables se dejaron oír entre el público, mientras el profeta saludaba con la cabeza, sin una sonrisa.
“Y en este rincón, recién llegados de sus últimos compromisos en Tiro, ¡los profetas de Baal!”
Cuatrocientos cincuenta profetas de Baal comenzaron a saltar y danzar alrededor del ring alentados por la multitud, hasta que el maestro de ceremonias les rogó que volvieran a su rincón.
“¡Bienvenidos a la Batalla del Siglo!”, gritó el maestro de ceremonias. “Los profetas de Baal contra el profeta de Jehová. Cada contrincante ha preparado un altar de sacrificio. Los profetas de Baal implorarán a su dios, y Elías orará a su Dios; el que conteste prendiendo fuego a los maderos y consumiendo el sacrificio será reconocido como Dios por todos.”
El maestro de ceremonias llamó a los contrincantes al centro del ring, les repitió las reglas, hizo que se estrecharan las manos y luego los envió a sus respectivos rincones anunciando que Elías había tenido la gentileza de permitir que los profetas de Baal comenzaran con el enfrentamiento.
Los profetas de Baal se turnaron para orar y rogar, cantar y gritar, danzar y murmurar sus peticiones. Los minutos se hicieron horas, y al cabo de la mañana, se encontraron con que todo su sudor y lucha aún no habían dado resultados.
Cuando llegó el mediodía, Elías les gritó desde su rincón: “¡Hey! Ustedes tendrían que gritar un poco más fuerte, muchachos. ¿Quizá su dios tiene problemas de oído?”
Algunas risitas disimuladas se escucharon entre la multitud.
“Quizá se quedó dormido. ¡Tal vez se quedó hasta tarde mirando la película de trasnoche en la TV!”
Los profetas comenzaron a danzar y saltar y gritar más fuerte y más rápido, mientras la multitud impaciente comenzaba a festejar los comentarios irónicos de Elías.
“¡Es terrible que no tenga un contestador automático!”, continuó Elías. Y mirando al público, parodió: “Hola, éste es Baal. No estoy en casa ahora, pero si te paras de cabeza y aúllas como un lobizón, retornaré tu llamado lo más pronto posible.”
La multitud estalló en una carcajada, y los profetas de Baal comenzaron a cortarse con lanzas y espadas para atraer la atención de su dios... pero hacia el anochecer, el altar de piedra seguía sin acusar recibo de sus alocados cánticos mágicos. Cuando los profetas de Baal se dejaron caer, exhaustos por sus esfuerzos y avergonzados por su fracaso, Elías se puso de pie.
Caminó hacia el altar que él mismo había construido. Una gran zanja rodeaba el altar. Elías habló con un tono marcadamente teatral para que todos pudieran escucharle.
“Llenen cuatro tinajas grandes con agua”, ordenó a algunos de los curiosos que estaban allí cerca, haciendo una pausa para causar mayor efecto, mientras la multitud observaba en silencio. “Y derramen el agua sobre la ofrenda y sobre la madera.” Cuando terminaron de hacerlo, les ordenó que repitieran la acción. Después de que mojaron por segunda vez el altar, la madera y la ofrenda, les dijo que lo hicieran una vez más, hasta que el agua no sólo empapara la madera y la ofrenda, sino que también llenara la zanja cavada a su alrededor.
Entonces Elías se alejó a una cierta distancia del altar, se dio vuelta hacia él, y comenzó a orar en voz alta: “Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios de Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Reyes 18:36, 37).
Repentinamente, como un rayo que cae desde un cielo soleado, el altar explotó en llamas, empujando a algunos de los atónitos espectadores sobre sus rodillas, y otros, de rostro en el suelo. El sacrificio, la madera, y hasta las piedras fueron consumidos en un instante que les quitó a todos el aliento, y el agua de la zanja desapareció como un grano de sal en la tormenta.
Aun los ojos del mismo Elías se abrieron desmesuradamente contemplando este extraordinario hecho, y al volverse para mirar a la multitud, vio que todos, hombres, mujeres y niños, reunidos en ese monte, estaban postrados sobre sus rostros, murmurando: “¡Oh, Dios! ¡Por favor, por favor, no me hagas daño! Haré todo lo que me pidas. ¡Hasta iré al culto de oración los miércoles!”
El desafío de los profetas de Baal y Elías en el monte Carmelo es un poderoso ejemplo de la oración contestada, pero... ¿te has preguntado alguna vez cómo supo Elías que Dios respondería su oración y consumiría el sacrificio? Después de todo, estaba corriendo un riesgo enorme. ¿Qué habría pasado si hubiera orado y nada hubiera cambiado? ¡Eran cuatrocientos cincuenta contra uno!
Todas estas cosas, naturalmente, eran ciertas, pero Elías conocía a Dios. Con frecuencia se lo llamó “varón de Dios”. Elías caminaba con Dios, así como Enoc antes que él (y, como Enoc, Elías fue transportado al cielo sin probar la muerte). Elías reclamó fuego del cielo, no porque fuera un gran profeta, sino porque Dios era un gran Dios, y Elías lo sabía, porque vivía una vida vertical. Eso no significa que el profeta nunca encontrara oposición (claro que la encontró; lee 1 Reyes 19:1-4). No significa que nunca se desalentara (claro que se desalentó; lee 19:5-10). No significa que nunca cometiera errores (claro que los cometió; lee 19:11-18). Pero sí significa que la vida vertical (una vida de dependencia de Dios y de su justicia) hizo que el poder de Dios se mostrara en la vida de Elías.
Ese es otro resultado de vivir en sentido vertical. Cuando un joven o una jovencita le pertenece totalmente a Dios y vive en comunión completa y consagrada a él, esa vida en el Espíritu produce poder; no la clase de poder que magnifica al individuo, sino la clase de poder que glorifica a Dios. La clase de poder que motiva a pronunciar oraciones osadas, de fe, y a las respuestas a esas oraciones, ¡que te quitan el aliento! La clase de poder que resiste la tentación y “toda fuerza del enemigo” (Lucas 10:19, énfasis agregado). La clase de poder que vence al miedo. La clase de poder que se arriesga valerosamente por el evangelio, que voluntariamente enfrenta la aflicción y la oposición por el reino, que alegremente sufre todo por la causa de Cristo.
“Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él” (2 Crónicas 16:9). La mujer o el hombre cuyo corazón está totalmente consagrado a Dios, que vive en sentido vertical, en la comunión con Dios a cada momento, confiando en él no sólo para su salvación sino para su santificación, quizá no pueda reclamar que caiga un “santo humo” del cielo, pero sí experimentará que Dios es poderoso “para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20).
En tus propias palabras
Confirma el mensaje de este capítulo completando lo siguiente:
• Lee cuidadosamente los siguientes versículos bíblicos, subrayando o destacando la porción del versículo que hable del poder de Dios (lo que él puede hacer):
“Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos” (Romanos 16:25).
“Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8)
“Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).
“Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18).
“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25).
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Judas 24).
• Ese poder de Dios para realizar las cosas que hemos visto arriba, ¿es visible en tu vida? Si es así, tómate unos momentos para orar alabando a Dios ahora. Si no lo es, pídele que muestre su poder en tu vida en el área en que más lo necesites.
• Considera finalizar con una oración como ésta:
Padre, creo a tu Palabra cuando dice que tú puedes hacer mucho más abundantemente de lo que puedo pedir o imaginar siquiera. Por eso te ruego que muestres tu poder en mi vida, especialmente en esta área:
Examíname, y observa si he dejado de obedecerte en alguna forma, y dame convicción de cualquier pecado. Guíame en el camino de la santidad. Me comprometo a vivir una vida rendida y santificada en el poder de tu Espíritu. En el nombre de Jesús, amén.
• En los próximos días y semanas, te sugiero que estudies las muchas recompensas de la vida vertical que no se tratan en este libro (por ejemplo, comienza con el fruto del Espíritu en Gálatas 5:22, 23). Lo más importante: pasa cada día viviendo la vida en sentido vertical, y disfrutarás de las abundantes recompensas que ella trae.